LA ALTA REPÚBLICA Y EL IMPERIALISMO DE LOS SIGLOS III Y II A.C (V)
LAS GUERRAS ROMANO-CARTAGINESES Y LA CONQUISTA DE OCCIDENTE
EL MEDITERRANEO OCCIDENTAL EN EL SIGLO III A.C
Roma completó la anexión de Italia mediante una política expansiva que marcó el inicio del imperialismo romano. Los historiadores difieren en la naturaleza de este imperialismo, algunos lo ven como accidental o defensivo, mientras que otros destacan la intervención planificada de sectores de la oligarquía. El punto de inflexión fue en el siglo III a.C. con las Guerras Púnicas, donde Roma y Cartago chocaron debido a la expansión romana. Cartago, inicialmente centrada en el comercio, había consolidado su posición en el Mediterráneo sin necesidad de conquistas. Sin embargo, tras la anexión de Italia, Roma y Cartago se enfrentaron, marcando el declive de la alianza entre ambas potencias.
Después de la caída de Tiro, en el siglo VI a. C., Cartago inicia una política de pactos que le permitirían controlar gran parte de las relaciones comerciales del Mediterráneo central y
occidental sin necesidad de desarrollar una política imperialista de conquistas. En este contexto de hegemonía púnica habría que ubicar los tratados Roma-Cartago, que reservaban a los cartagineses el ámbito comercial marítimo y garantizaban a los romanos la seguridad litoral mientras se desarrollaba la anexión de Italia.
LA PRIMERA GUERRA PÚNICA (264-241 a.C)
El detonante de la guerra fue el conflicto de los mamertinos, un grupo heterogéneo de antiguos mercenarios que a principios del siglo III a. C. se apoderaron de Messana, ciudad griega que controlaba el paso del estrecho entre la isla e Italia. Los intentos de Siracusa por tomar Messana llevaron a los mamertinos a solicitar ayuda externa, lo que provocó la ocupación de la ciudad por parte de los cartagineses. Al mismo tiempo los romanos decidieron intervenir, según el escritor Polibio invocando otra petición de ayuda mamertina. En respuesta a los mamertinos o por iniciativa propia, la nobilitas romana consiguió que los comicios aceptaran la continuidad de su política expansiva hacia Sicilia y aprobasen la intervención en Messana, que se materializa poco después con la expulsión de las tropas cartaginesas. La réplica púnica fue inmediata: pusieron sitio a la ciudad (264 a. C.), promovieron una alianza con Siracusa y declararon la guerra a los romanos, lo que inauguraría un largo período bélico, la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.).
Conquista de Sicilia
La guerra comenzó con éxito para Roma, que tomó Siracusa (263 a. C.) y Agrigento (262 a. C.). El conflicto también se trasladó al ámbito marítimo, donde la flota romana estaba en inferioridad, pero en el año 260 a. C. Roma consiguió una importante victoria marítima en Milas que equilibró las flotas.
Después de la consolidación del poder romano en Sicilia, que había llegado a conquistar Panormo (254 a. C.), la principal base militar cartaginesa en la isla, otras importantes ciudades de la región se decantaron del lado de Roma. Sólo el nombramiento de Amílcar Barca como general en jefe (246 a. C.) de los ejércitos cartagineses les devolvió una cierta iniciativa; pero Roma recuperó posiciones por mar y tierra, y después de cuatro años de continua lucha todo terminó con la derrota de los ejércitos de Amílcar. Roma había vencido la Primera Guerra Púnica después de una confrontación demasiado larga (264- 241 a. C.), que había generado un enorme desgaste en ambos contendientes. El tratado de paz firmado al término del conflicto (241 a. C.) así lo atestiguaba: Cartago abandonaba Sicilia, devolvería los prisioneros romanos sin rescate, y pagaría fuertes indemnizaciones a Roma (3.300 talentos en diez años).
Ocupación de Córcega y Cerdeña. La Guerra de los Mercenarios (237 a.C)
La delicada situación económica en la que había quedado le impidió pagar a sus ejércitos, compuestos principalmente por mercenarios, lo que provocó una rebelión generalizada en sus territorios norteafricanos, en Córcega y en Cerdeña (Guerra de los Mercenarios 241-238 a. C.). La revuelta pudo ser reprimida en el norte de África, pero el auxilio romano a los rebeldes de Córcega y Cerdeña provocó la retirada cartaginesa. Roma, tras un corto período de lucha contra las poblaciones indígenas (236-231 a. C.), logró la anexión de las dos islas pasando a controlar el Tirreno, en perjuicio de los intereses cartagineses. Por primera vez en su historia, Roma dispone de tres grandes territorios fuera de Italia; Sicilia, Cerdeña y Córcega estarán desde ahora ligadas estrechamente a la península itálica.
Expansión cartaginesa en la península ibérica.
En Cartago también existían tendencias diversas a la hora de afrontarla posguerra y, especialmente, sobre la forma de pagar las indemnizaciones a Roma. Una parte de la oligarquía cartaginesa de base agrícola propuso ampliar la expansión sobre los territorios norteafricanos. No obstante, la clase comercial se inclinaba por una política más agresiva, que conduciría al inicio de una verdadera política imperialista en la Península Ibérica. Un ejército cartaginés, a las órdenes del general Amílcar Barca, comenzó (237 a. C.) su penetración en Iberia con un objetivo preferente: el control de las principales zonas mineras.
Se dirigieron en primer lugar a las minas de Cástulo en Sierra Morena, que además les ofrecían una posición privilegiada en el valle del Guadalquivir. Posteriormente los ejércitos
cartagineses tomaron el camino de las costas sudorientales, donde fundaron la ciudad de Akra Leuka, base de operaciones en la zona. Pero en las luchas de consolidación territorial de esta región contra las poblaciones ibéricas murió Amílcar, que fue sustituido por su yerno Asdrúbal. Bajo su mando se produce un giro de la estrategia cartaginesa, tendente a consolidar los territorios sometidos ν a garantizar su explotación por medio de la fundación de una nueva ciudad, Qart Hadast (Carthago Nova). Ante aquella situación, Roma comenzó a inquietarse y mandó una embajada para que negociara con Asdrúbal los límites de la expansión cartaginesa en Iberia. La firma del Tratado del Ebro (226 a. C.) colocaba dicho límite en el río Ebro, que los cartagineses no deberían traspasar con intenciones
bélicas. El asesinato de Asdrúbal (221 a. C.) provocó el ascenso de Aníbal, hijo de Amílcar, que dio una nueva orientación a la política cartaginesa en Iberia, volviendo la praxis belicista de conquistas. En tierras de los valles del Tajo y Duero desarrolló distintas campañas militares, pero se centró en el control y explotación de los territorios mediterráneos más orientales.
Tratado del Ebro:
Con este Asdrúbal, dado que había mostrado una sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos e incorporarlos a su dominio, había renovado el pueblo romano el tratado de alianza según el cual el río Ebro constituiría la línea de demarcación entre ambos imperios y se les respetaría la independencia a los saguntinos, situados en la zona intermedia entre los dominios de ambos pueblos. Tito Livio. AUC,XXI
Despacharon legados a Asdrúbal y establecieron un pacto con él, en el que silenciando el resto de España se dispuso que los cartagineses no atravesarían con fines bélicos el río llamado Ebro. Esto se hizo al tiempo que los romanos declararon la guerra a los galos de Italia. Polibio II.
Sucedió en el año 218 a.C, hemos de entender las pretensiones cartaginesas sobre Sagunto, que despertaron de manera inmediata las suspicacias romanas. Según algunas fuentes, los romanos invocaron supuestos tratados de amistad con la ciudad hispana para reclamar su intangibilidad, a pesar de estar situada al sur del Ebro. Después de fuertes debates en el senado de Roma se mandaron embajadores a Cartago, advirtiendo del riesgo que conllevaba la actuación cartaginesa en Sagunto y representando una visión fuertemente marcada por las tendencias expansionistas de la oligarquía comercial, mayoritaria en el senado romano. Finalmente la toma de Sagunto precipitó los hechos, convirtiéndose en el casus belli o detonante de la Segunda Guerra Púnica.
LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA.
Ante la declaración de la guerra, Aníbal atravesó el Ebro dirigiendo sus ejércitos a través de los Pirineos ν los Alpes hasta llegar a la propia Italia, donde fomentaría la insurrección de las poblaciones itálicas contra Roma y su política expansiva. Roma, por su parte, veía truncados sus deseos de abrir un frente en el norte de África,y sólo podía mantener sus ejércitos en Hispana. Roma se veía obligada a centrar sus esfuerzos en la defensa de Italia, sobre todo después de las victorias de Aníbal (Tesino, Trebia y, especialmente, Trasimeno 217 a. C.), que fue ayudado de forma masiva por los galos de la Cisalpina. A partir de esos momentos, la estrategia de Aníbal se centró en conseguir el levantamiento itálico contra Roma, mientras que el ejército romano, al mando de Q. Fabio Píctor, trataba de cerrarle el paso y las posibilidades de avituallamiento. Sin embargo, la victoria cartaginesa en Canas (216 a. C.) cerrará cualquier posibilidad de solucionar el conflicto en Italia de forma rápida. A partir de entonces Aníbal consolidó sus posiciones meridionales y trató de erosionar la fortaleza romana en el centro de Italia, especialmente en Campania, donde algunas ciudades importantes, como Capua, se pusieron del lado cartaginés. Finalmente, las posiciones romanas se recuperaron en Italia con la toma de Capua (211a. C.), la caída de Tarento (209 a. C.) y la victoria en la Batalla de Metauro (207 a. C.).
El otro gran frente de la guerra se desarrolló en Hispania, donde Cneo Cornelio Escipión y su hermano Publio se encargaron de dirigir las legiones romanas acertadamente, pero ambos murieron en el año 211 a. C. Al año siguiente un nuevo ejército romano al mando de otro Publio Cornelio Escipión, hijo del anterior, inauguró una feliz ofensiva que comenzó a dar resultados con la conquista de Carthago Nova (209 a. C.). Posteriormente, nuevas victorias romanas en Baecula (208 a. C.) (Bailén, la clave del acceso desde la Meseta hacia la mitad meridional de Hispania) e Ilipa (207 a. C.) dieron el golpe definitivo a los ejércitos púnicos, que en el año 205 a. C. abandonaron definitivamente la Península Ibérica.
Acto seguido, el foco del conflicto se desplazó al norte de África, hasta el propio territorio cartaginés, donde en el 204 a.C. desembarcó P. Cornelio Escipión. Desde Útica trazó una estrategia tendente a aislar la ciudad de Cartago que culminó con la victoria definitiva romana en Zama (202 a. C.). Las condiciones de la paz (201 a. C.) impedían cualquier tentación expansionista de Cartago, que debería consultar con Roma cualquier movimiento externo. Además se fijaban fuertes indemnizaciones de guerra ( 10.000 talentos) que Cartago debería pagar a Roma en un plazo de 50 años. Con la conclusión de la Segunda Guerra Púnica Roma se adentraba definitivamente por la vía del imperialismo que, a partir del siglo II a. C., se convertirá en el eje del nuevo sistema socioeconómico.
Conquistas Occidentales.
Durante la Segunda Guerra Púnica los ligures de los Apeninos habían apoyado a los cartagineses, y en el 200 llegaron a aliarse con los galos contra los intereses romanos, pero Roma acabó exterminándolos en diversas operaciones militares organizadas contra ellos o les deportó a Italia central, mientras fundaba las colonias de Pisa y Luna.
En la Liguria occidental, las quejas de Masalia por el ejercicio de la piratería que ejercía una tribu ligur, los ingaunos, con base en la costa frente a Génova, llevó a los romanos a actuar por vez primera contra estos indígenas, apoyando sus acciones navales con una gran ofensiva terrestre dirigida por el cónsul Lucio Emilio Paulo, el futuro vencedor de Perseo; 32 barcos piratas se rindieron y los romanos alcanzaron una victoria total (181).
Pero años más tarde (155), el asedio ligur a los enclaves griegos se había hecho de nuevo insoportable; los masaliotas enviaron legados a Roma en demanda de ayuda y avisaron que además de Masalia (Marsella), se hallaban en peligro los enclaves cercanos de Antipolis (Antibes) y Nicea (Niza), que dependían de aquélla. El Senado romano ordenó levantar de forma inmediata el cerco sobre las posesiones masaliotas, pero sus peticiones fueron desoídas. La inmediata respuesta del Senado fue enviar a uno de los cónsules de ese año, Quinto Opimio, al mando de su ejército, y en poco tiempo los indígenas fueron derrotados, desarmados y rendidos sin condiciones. Pero las guerras con estas tribus no cesaron hasta el año 118, en que se fundó Narbo (Narbona) ν el Senado decidió establecer una nueva provincia en esos territorios sudgálicos. El trazado de la red viaria de la nueva provincia de Galia narbonense, que canalizaba el paso de los ejércitos hacia Hispania, requerían el control absoluto de la costa y el traspaís, y el problema ligur quedó resuelto de manera definitiva.
Las tribus padanas se habían mostrado favorables a Aníbal, y la recuperación de su territorio exigió un gran esfuerzo militar romano para recuperarlo. Grupos de galos bovos e ínsubres, destruyeron la colonia de Placentia (Piacenza), en el 200, y pusieron sitio a Cremona. Acabada la Segunda Guerra contra Macedonia, Roma acometió la tarea de pacificar el territorio, circunstancia que se logró definitivamente en 191, con el triunfo de Escipión Nasica. Entre los años 189 a 183, el territorio padano fue colonizado de nuevo, con los asentamientos de Bolonia, Módena y Parma, y en 181 se fundó Aquileya, en territorio véneto, en previsión de incursiones por la frontera nordeste ν la costa septentrional del Adriático.
En Hispania acabada la Segunda Guerra Púnica, los romanos, que habían llegado a la península Ibérica para atacar las bases de Aníbal, decidieron permanecer en ella. Los mismos recursos mineros que propiciaron la recuperación de Cartago y la financiación de su campaña militar, una vez vislumbrados por Roma, fueron el motivo principal de esa permanencia. De las alianzas iniciales con los indígenas, impulsadas por el interés de los romanos en minar los apoyos cartagineses y de los hispanos en liberarse del dominio púnico, se pasó a un enfrentamiento gradual, acelerado por los excesos de los mandos militares romanos, ν a la expansión por todo el territorio hispano. La resistencia de los pueblos de la península dio origen a una guerra casi permanente, que se prolongó hasta la toma de Numancia, en 133 a. C. Una guerra tan dura y sangrienta, que llegó a provocar el pánico en cada una de las levas que se efectuaban en Roma.
Tras la expulsión de los cartagineses, los romanos dominaron la franja costera mediterránea y el valle del Guadalquivir, zonas que habían recibido la influencia de las colonizaciones mediterráneas y que iban a ser más rápidamente romanizadas.
En el año 197 se procedió a dividir administrativamente estos nuevos territorios en dos provincias, la Hispania citerior y la Hispania ulterior. Se nombró un pretor para cada una de ellas, con mando sobre una legión, y se establecieron como sedes respectivas las ciudades de Tarraco (Tarragona) y Carthago Nova (Cartagena).
En el año 194, el cónsul Marco Porcio Catón llegó a Hispania al mando de dos legiones, que unió a las existentes en cada una de las dos provincias. Catón llevó a cabo una intensa y cruenta campaña de castigo, que ilustra la importancia dada en Roma al levantamiento de algunos pueblos hispanos, que se sintieron extorsionados y engañados por las efímeras promesas romanas.
En el continuo juego de ampliación de fronteras y excesos de los gobernadores provinciales, hubo un oasis diplomático: la gestión de Tiberio Sempronio Graco (180-179), pacificador de
la frontera celtibérica, gracias a su política de pactos y al asentamiento de algunos indígenas en los valles del Ebro (Gracchurris, Alfaro) y del Guadalquivir (Iliturgi, Mengíbar). El gesto de Graco puso en evidencia el problema más grave de la política expansionista romana: la apropiación de tierras de cultivo por parte de Roma y la necesidad que de ellas tenían los indígenas. Esta necesidad fue una constante en los sucesos
posteriores, recrudeció a partir del 154, en una guerra para la que Roma sólo aceptaría la rendición total o el aniquilamiento de los pueblos celtíberos y lusitanos.
La resistencia recibió un duro golpe con el asesinato inducido de Viriato (139), el caudillo indígena que mayores problemas creó a Roma. Finalmente, Escipión Emiliano, acabó con los restos de los celtíberos, que se habían refugiado en Numancia (133). En medio quedaban episodios terribles de crueldad e ignominia para algunos generales romanos, tan faltos de escrúpulos que el propio Senado hubo de censurarlos.
TERCERA GUERRA PÚNICA.
Cartago, a pesar de respetar las condiciones impuestas por Roma tras la Segunda Guerra Púnica, se había convertido en una auténtica obsesión para los grandes terratenientes romanos por su enorme capacidad productiva agrícola. Catón, líder de los terratenientes supuestamente afectados por la competencia púnica, encontró el apoyo suficiente para su delenda est Carthago cuando los cartagineses declararon la guerra a Masinisa, sin autorización previa de Roma (151). La decisión púnica fue el resultado de la humillación permanente que el rey de Numidia les infligió con sus continuas agresiones territoriales.
Amparado por la ayuda que prestó a los romanos en la guerra anibálica y su consiguiente alianza con éstos, unido a la permanente enemistad con Cartago, Masinisa logró irritar a los púnicos ν les empujó a la guerra.
El rey númida apeló a Roma, y la respuesta inmediata dio lugar a la Tercera Guerra Púnica (149-146). Los cartagineses resistieron durante dos años el cerco de su ciudad, pero finalmente las tropas bajo mando de Escipión Emiliano, el posterior vencedor de Numancia, la destruyeron y arrasaron totalmente, declarando su territorio maldito (146). El estado cartaginés desapareció de la historia y sobre él los romanos crearon una nueva provincia: África.
En el seno de la tradicional composición del mismo (ordo senatorius) se consolidó a comienzos del siglo II a. C. un grupo oligárquico, cuyos miembros representaban a las familias más poderosas de la República.
Familias asentadas sobre sólidas fortunas inmuebles, que se incrementaban a medida que crecían los encargos administrativos y militares en las provincias y en los nuevos territorios
conquistados. Esta oligarquía senatorial (nobilitas) utilizó todos los instrumentos políticos que el juego institucional permitía (clientelas, alianzas e influencia asamblearia) para dirigir los intereses del Estado en convergencia con sus propios intereses particulares. Pero la nobilitas no llegó a ser un grupo monolítico. El ansia de poder y la codicia de sus integrantes les llevó a enfrentarse entre ellos mismos, en una dura competencia, para la que no dudaron en utilizar al pueblo, y cuyas consecuencias acabarían desestabilizando la República.
Entre senadores y caballeros, en tanto que grupos de poder político y económico, surgieron fuertes rivalidades, que acabaron convirtiéndose en intrigas y maniobras políticas para obtener el control de los tribunales de justicia permanentes (quaestiones perpetuae), que juzgaban los casos de extorsión y abuso de poder en las provincias.
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